Empleo: falacia del Tren Maya
- Óscar González
- 2 jun 2020
- 5 Min. de lectura

(COLUMNA EN NOVEDADES). Vino a Quintana Roo el presidente Andrés Manuel López Obrador a dar el “banderazo de salida” para las obras del Tren Maya. La ceremonia en Cancún (más precisamente, en la aledaña zona continental del municipio de Isla Mujeres) fue seguida con mucho interés en todo México pues, como es sabido, se trata de una de las tres grandes obras de infraestructura más emblemáticas de su gobierno. Aparte de temas relacionados con la pandemia del covid-19 –no de recuperación económica propiamente dicha, sino solo de reapertura– no hubo asunto qué tratar aparte del ferrocarril que recorrerá la Península de Yucatán y tocará puntos de Chiapas y Tabasco.
Hemos dicho que se trata de un proyecto socialmente deseable mas no rentable, aunque si consideramos la responsabilidad de los gobiernos de ser subsidiarios con la población de escaso desarrollo o de plano menesterosa y de conciliar con la iniciativa privada una actitud similar, fuera de que el momento quizá no es el adecuado por la emergencia sanitaria y sus secuelas, que se saben devastadoras, un proyecto subsidiado no le viene mal al pueblo, y esa es la especialidad política y discursiva de López.

Pero el problema no es, pues, la justificación del proyecto que, sin entrar en temas ecológicos y culturales, tiene plena razón de ser para un gobierno que se dice de izquierda, sino las inmensas mentiras con las que la “Cuarta Transformación” pretende dar –y en muchos casos lo hace con éxito, porque a pesar de su desplome la popularidad del presidente sigue siendo muy alta: alrededor del 60 por ciento– un sustento providencial, casi mesiánico a la obra: medios afines al gobierno federal han llegado a la impostura de afirmar que el Tren Maya sacará de la pobreza a ¡más de un millón de mexicanos!
Analicemos una sola de estas mentiras: la de la prometida generación de cien mil empleos, que ayer de un “mañanerazo” el mandatario federal elevó, así sin más, a 150 mil, con un alucinante parangón, que si no abre los ojos a quienes aseguran que la primera manifestación contra un presidente mexicano en más de 60 ciudades del país en la historia fue pura imaginería “fifí”, pues ya no veríamos ni como ayudarlos.
El Grupo México, de Germán Larrea Mota Velasco, es el cuarto consorcio más grande del país. En su división de minería destaca por poseer las extracciones de cobre número uno en México y Perú, tercera en Estados Unidos y cuarta mundial.
En infraestructura, Grupo México reúne a seis enormes constructoras que ejecutan desde autopistas, perforaciones petroleras con más de 400 pozos en mar y tierra –pata de la que cojea López Obrador– y buena parte de la obra civil de este país –y otras naciones–. Bueno: este inmenso holding empresarial es dueño hasta de la famosa cadena de salas de exhibición Cinemex, segunda nacional y séptima del planeta.
No llamaríamos precisamente changarros a las empresas de don Germán. Pero, amén de muchos otros negocitos de Grupo México, que cotiza en la Bolsa Mexicana de Valores y en la NYSE de Wall Street, uno de los más importantes del corporativo es el ferroviario, sector en el que su participación es con mucho la más dilatada de nuestro país.
En conjunto las empresas Ferromex, Ferrosur, Florida East Coast, Intermodal México y Texas Pacífico tienen un tendido de 11 mil 131 kilómetros de vías (el Tren Maya tendrá cerca de mil 500). Mantienen conexión con cinco puertos del Océano Pacífico, cuatro del Golfo de México y cuatro del Océano Atlántico (en Texas). Operan puntos de intercambio con todas las compañías ferroviarias de Estados Unidos y Canadá.
Los segmentos que movilizan los trenes de estas compañías son agrícola, automotriz, cemento, energía, intermodal, metales y minerales, productos industriales, químicos y fertilizantes y, además, pasajeros, con el histórico Chepe que lleva turistas por la impresionante Barranca del Cobre, en Chihuahua, más por razones histórico-culturales que económicas, por cierto.
Los 32 millones de caballos de fuerza que mueven sus 816 locomotoras arrastran a un total de 26 mil 319 carros de ferrocarril, que, desde luego, no están solo para que los turistas agiten la mano y sonrían diciéndole “adious amigou” a sus anfitriones mexicanos sino para brindar una logística eficiente a todo tipo de negocios del Subcontinente Norteamericano entero. Es un monstruo, frente al cual no pretendemos comparar al Tren Maya del presidente López con fines de empequeñecerlo, sino de exhibir una de las tantas patrañas con las que el nativo de Macuspana mantiene hipnotizados –no usaré otra palabra, muy parecida, por cierto, pues también termina en “otizados”– a sus incondicionales seguidores.
Según los distintos voceros de la Cuarta Transformación el Tren Maya generará, decíamos, cien mil puestos de trabajo, pero López, así al “quién da más”, dijo en ayer en Quintana Roo que serán 150 mil los empleos directos... ¿Sabe el lector cuántos empleados tiene en total el Grupo México entero –no solo el segmento ferroviario–? ¡26 mil 612!
Saque usted las cuentas y verá el tamaño de la patraña.
HELADA MADRINA
Aun dejando aparte la casi inmemorial existencia de escuelas entre, por ejemplo, los aztecas, con el calmécac (para nobles y guerreros) y el telpochcalli (para el pueblo), la educación en México, con el arribo en la época colonial muy temprana de evangelizadores franciscanos, dominicos y agustinos, tiene cerca de 500 años de historia. Si el lector hubiese vivido antes tan solo cuatro veces ese tiempo en Israel o Judea, habría podido jugar canicas con Jesús de Nazaret. No es poco.
Mas aun si no quisiéramos ir tan lejos, la educación formal más similar a la manera en que la conocemos ahora tiene cerca de dos siglos de estarse desarrollando. Desde los tiempos de Valentín Gómez Farías hasta hoy el magisterio, por lo menos en términos cuantitativos, ha tratado de crecer al vertiginoso ritmo en que lo ha hecho nuestra población. Esta larga historia ha llevado al país en boga por modernizarse, con enormes esfuerzos, a tener, al empezar la segunda década del siglo XXI, un poco más de un millón de profesores. El SNTE, antes de las escisiones encabezadas por la Sección 22 (Oaxaca) que dieron origen la CNTE, era el sindicato más grande de América Latina.
¡Pues le hubieran preguntado al presidente Andrés Manuel!: según sus promesas logrará emplear en cuatro años y medio a un 15 por ciento de los trabajadores que a los maestros les ha costado colocar en medio milenio. ¡Eso es eficiencia!
HOMÚNCULOS
Con todo y las eternas quejas de los mexicanos, la CFE es una de las pocas compañías mexicanas enlistadas en la selecta nómina Fortune 500 global. Es inmensa, y después de 117 años de historia, con la absorción de Luz y Fuerza del Centro desde 2009 constituye una de las entidades más empleadoras de Latinoamérica. Hace poco su director, Manuel Bartlett Díaz –antes “bestia negra” de los progresistas; hoy incómoda mácula que la Cuarta Transformación sufre parar disimular–, al negarse a bajarle por la crisis sanitaria un centavo siquiera a los recibos de electricidad que nos infartan cada dos meses a los mexicanos –personas y empresas– dijo que la principal razón para no condonar nada era la enorme planta laboral que paga la paraestatal –o cual sea su pomposa denominación actual–: la CFE tiene en nómina a 96 mil 422 empleados.
¿De veras el presidente López va a dar empleo a esa cantidad de personas más la mitad en menos de lo que silva una locomotora?
¡Cu-cu, cu-cu, cu-cu!
GRILLOGRAMA
Sueños verdes...
Y no es por echarle mal
Ojo, al pobre Tren Maya
Pero presi López, vaya:
¡Saque pa’ poner igual!
columnacafenegro@gmail.com

















