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Asoma Antonio León Ruiz para 2022

  • Foto del escritor: Óscar González Ortiz
    Óscar González Ortiz
  • 14 jul 2021
  • 6 Min. de lectura


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(COLUMNA EN NOVEDADES). El repudio a los partidos políticos y a sus militantes –sean solo eso, gobernantes, funcionarios o, sobre todo, legisladores– en México es casi una tradición tan arraigada como el Día de Muertos o el 12 de Diciembre, y no es gratuita: los políticos profesionales, tradicionales, empeñados en siempre ofrecer mucho y nunca cumplir siquiera un poco, son de los personajes más repudiados y, como el covid 19, tal rechazo no distingue edad, sexo o condición social.

Nadie quiere a los políticos, y ese negativo sentimiento no se circunscribe a los gobernantes: desde hace lustros, la percepción popular que los distingue es la de zánganos colgados del presupuesto y de las prerrogativas de los partidos. Lo interesante es que en los últimos años han crecido las figuras ciudadanas no asociadas con los variopintos clanes que ofertan a sus desgastados militantes –por jóvenes que sean–, y cada vez son más los no-políticos que alcanzan posiciones de poder en disputa vía elecciones.

Quintana Roo es un desastre total en cuanto a los partidos se refiere: unos más y otros menos, pero todos los institutos pueden contar ciudadanos y grupos, organizaciones y comunidades que se han sentido traicionados por ellos. El que escribe no es de los que rechaza nuestro sistema político y forma de gobierno per se, pero no puede dejar de percibir que desde las expectativas que nacen en nuestra Constitución Política y emanan de sus leyes e instituciones la triste realidad está muy lejos de las más nobles aspiraciones republicanas y democráticas.

Los partidos políticos son –y seguirán siendo siempre–, decíamos, males necesarios, pero ya no imprescindibles, y aunque por cuestiones económicas suele ser muy difícil para los independientes lograr condiciones de igualdad en la competencia electoral, las mismas organizaciones poco a poco les han hecho más espacios cuando se trata de figuras bien percibidas y eventualmente con perfiles ganadores. En nuestro estado, para la elección de gobernador, aparte de los más probables postulados por las fuerzas formales solo percibimos por ahora a una figura con estas características y que ya estaría valorando competir por la “grande”: el abogado Antonio León Ruiz.

El actual magistrado presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado y del Consejo de la Judicatura, luego del muy gitano paso de su colega Fidel Villanueva Rivero por el doble cargo, ha logrado no solo cumplir los retos que significaba limpiar el tiradero que encontró, sino que ha impulsado al Poder Judicial de Quintana Roo a retomar los liderazgos nacionales que llegó a tener tras las sucesivas gestiones de Joaquín González Castro –hoy consejero ciudadano de la Judicatura– y Lizbeth Loy Song Encalada, de quienes fue secretario particular, que en este caso se trata un de importante gestor de quien se demanda un avanzado know how del quehacer judicial: los tres juzgadores transitaron impolutos por la presidencia, tuvieron logros nacional e internacionalmente reconocidos y son muy bien vistos por la ciudadanía.

¿Por qué pensamos que Antonio León pudiese ser un buen candidato y eventualmente un excelente gobernador: pues más allá de su reconocida capacidad y experiencia, su doble función de titular del Tribunal y del Consejo de la Judicatura le dan conocimiento y experiencia de primer nivel en temas tan caros a los quintanarroenses como la justicia, la probidad incorruptible, la capacidad de gestión en los tres órdenes de gobierno, un liderazgo prácticamente nunca cuestionado en un órgano colegiado muy complejo y una experiencia administrativa que ha demostrado que a veces es necesario y posible sacar agua de las piedras.

Desde su doble encargo actual, Antonio León ha dejado ver que no es necesario ser político profesional para gobernar y ejercer esa rara avis que es la política fuera del circo que la ciudadanía rechaza cada vez con más vehemencia, lo cual no toca a un Poder del Estado que Fidel Villanueva acercó al estercolero pero que fue rescatado oportunamente por su actual líder, recuperando el prestigio en tiempos de cambios radicales en la administración de justicia mexicana.

Conocemos a varios de los políticos de carrera que ya alzan la mano para apuntarse al relevo de 2022. Algunos –más bien pocos– son cuadros valiosos que dignifican a la tan degradada política partidista, así que sería interesante que midieran fuerzas en la contienda con una figura de otra naturaleza, pues sabríamos si los quintanarroenses, que tanto han expresado sus deseos de cambios radicales, están listos para beber de otras aguas o prefieren mantener el statu quo. Mucho ha sufrido el estado –especialmente en sus expoliadas arcas– al paso de gobernantes facinerosos, incluso con deudas y queveres con la justicia.

El tiempo vuela y más temprano que tarde habremos de saber entre quiénes elegir al sucesor de Carlos Joaquín González, a quien el presidente Andrés Manuel López Obrador, de un partido enemigo del suyo, reconoció como un demócrata y, por lo tanto, podemos tener la tranquilidad de que no habrá imposiciones.


HOMÚNCULOS

Érase una vez un valetudinario partido mexicano conocido como PRI, que tras décadas de imposiciones y prácticas antidemocráticas cansó a algunos militantes que arguyeron dichas razones para disimular su enojo por no haber sido agraciados con la brillante armadura de una candidatura. Algunos pensaron: ya es hora de apartarnos de este viejo carcamal y de llevarnos nuestro caudal político –creían o pretendían que lo tenían– a otra parte, donde nuestras hazañas y glorias sean apreciadas. Así nacieron el PRD y otros pequeños partidos muy, muy cercanos o muy, muy lejanos.

Así, los viejos priistas montaron en su rocín y se llevaron lo que creían que les correspondía del partido que se pretendía heredero de la Revolución Mexicana y no, como realmente era, de sus caciques, y lo llevaron al taller de hojalatería y pintura “El Guapetón” para que le echaran su manita de gato. Algunos creían que le habían dejado a ese “Revolucionario Ins” de los amores del primo Gerásimo del legendario Tomás Mojarro, de Palabras sin Reposo en Radio UNAM, media estocada en buen sitio: una herida necesariamente mortal.

Ahí los “maistros” y pintores, al grito de ¡abracadabra! y salmodiando antiguas fórmulas de los magos sonorenses que le dieron vida al PRI )entonces PNR) como a un homúnculo del doctor Fausto, lograron a una criatura totalmente nueva, pero antes había que dejar para el trapeador los colores verde, blanco y colorado del tan viejo cuan repudiado PRI.

–¿Y de qué colores van a querer el nuevo partido sus marchantes? –inquirió el maistro Thinner, que secretamente ambicionaba ser el Jackson Pollock de las carrocerías y hasta las veía en sueños –y en vigilia, inspirado por aquellas efluvios connaturales a su chamba.

–Pues yo le voy a Brasil –dijo uno de los “dinos” fundacionales–, pero el vede está proscrito, como no sea fumado, así que propongo amarillo y negro.

–¡El pueblo, unido, jamás será vencido! –corearon enardecidos los exmilitantes del viejo Partido Comunista Mexicano, el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido Popular Socialista y alguna que otra corriente más, que vieron en el cisma priista la oportunidad dorada de dejar atrás la galana tarea de pegar carteles proscritos por ostentar la hoz y el martillo con engrudo catalizado con cáustico vinagre –prohibido usar guantes– que al propio tiempo servía como rito de paso para los retoños marxista-leninistas, a quienes se les ocultó la patente de los hermanos Salinas de Gortari para no perder el glamur de unas vacaciones en el Archipiélago Gulag.

Decidido: sería un sol azteca (what the fuck that means) negro sobre un campo amarillo como el crepúsculo de la burguesía... de mi compadre, y para no dejar del todo olvidadas las raíces, el partido se llamaría de la Revolución Democrática, cual si fuese un dejo de la tierra que hoy me alejo para quizás no volver. ¿Pero cambiar el motor, por lo menos un ajuste, ya de perdis renovar la suspensión? –preguntó algún irreverente despistado. –¡No! –clamó con indignada enjundia un expriista legendario por interpelarle los dientes a Miguel de la Madrid durante su último informe de gobierno–. Solo es menester cambiar el color, una manita de gato –o de Gatopardo, porque todo siguió igual en Benjamín Franklin 84, en la Escandón –ya no en la avenida Monterrey 50, en la Roma– que como era en Insurgentes Norte 59, en Buenavista, Buenavista, Buenavista. ¡La fuerza del cariño!

¿Quieren que les cuente la historia del Morena? Bueno. Había una vez… ¡No! Qué flojera: apreciable lector: por favor regrese al párrafo que empieza debajo del vistoso descanso que dice Homúnculos, y solo cambie donde dice PRD por Morena, y ¡voilà!: Andrés Manuel López Obrador ni siquiera le hizo cambio de aceite a su bebesaurio –costubre neoliberal del pasado; no somos iguales–: solo lo pintó de guinda.

–¿Cómo ves Bartlett? –preguntó el mesías al vetusto profeta, mucho más viejo que él, aunque luzcan contemporáneos. –Excelente líder y maestro, inspiración y guía espiritual: nosotros sí sabemos de pintura revolucionaria. Si Dios muriera, el PRI organizaría las novenas, y con ganas hasta una charreada el el rancho La Chingada…


GRILLOGRAMA

Prístinamente priistas…


Propongo una cosa buena:

Ya que al fin no cambia nada

Como conclusión soñada

¡Que funden el Prirredena!


columnacafenegro@gmail.com

 
 
 

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