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Síndrome de negación


(COLUMNA EN NOVEDADES).“Songo le dio a Borondongo; Borondongo le dio a Bernabé; Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó a Burundanga, les hinchan los pies”. Esto que es tan grácil en el son que inmortalizara la cubana Celia Cruz, podría describir muy bien lo que le sucede a una humanidad que ya debiera haber superado la negación y la repartición de culpas para superar, unida, al flagelo que nos aqueja.

Ya se estudiarán –o se están estudiando, seguramente– los efectos psicológicos y psiquiátricos de la pandemia del covid-19, pero en todos los niveles y estratos –especialmente entre los tomadores de decisiones– queda claro que la crisis, como pocas, ha provocado un delirio de negación y su consecuente necesidad de echar la culpa de los males que se padecen a los demás, lavándose las manos de la propia responsabilidad y exagerando las culpas de terceros. Entender que se trata de corregir lo que nos corresponde es una condición sine qua non para superar esta mortal epidemia. Los gobernantes se lavan las manos mientras que las personas comunes no lo hacen.

En la página de internet de la Clínica de Ansiedad se lee que “La negación consiste en la invalidación de una parte de información desagradable o no deseada y en vivir la propia vida como si aquella no existiera. Es un mecanismo de defensa que los psicoanalistas relacionan fundamentalmente con la depresión, pero es apreciable en otras patologías, la ansiedad entre ellas, y aun en la vida cotidiana. La persistente negativa a verse influido por las evidencias de la realidad también es un indicativo de que el mecanismo de la negación está funcionando. La negación en el contexto de la enfermedad no se considera efectiva, ya que el individuo deja de desarrollar un afrontamiento apropiado”.

Por lo menos desde marzo, en todo el mundo y en prácticamente todos los ámbitos, hemos presenciado una repartición de culpas entre líderes, instancias, países, gobiernos, órdenes administrativos, población y hasta familias que, de persistir, hará mucho más difícil superar por lo menos la parte más crítica de la gripe que ha hecho de este 2000 un año para olvidar.

La Organización Mundial de la Salud advirtió el último viernes que países que tienen una alta densidad poblacional –ominosamente ejemplificó con México–, por la decisión de reabrir sus economías a pesar de los altos índices de contagio, reiteradamente negados por el presidente Andrés Manuel López Obrador, podría generar “un drástico crecimiento en los casos”. Está sucediendo.

Pero el mandatario federal se indignó con la advertencia de la OMS acusando de que se trata de perjudicarlo políticamente, y solo le faltó decir que Mike Ryan, director ejecutivo para Emergencias Sanitarias, es un fifí neoliberal militante de la mafia del poder, mientras su subsecretario de Promoción y Prevención de la Salud, el errático y despistado Hugo López-Gatell, acusaba a los gobiernos del sureste del país, particularmente a Yucatán y Quintana Roo, de que al dar un paso hacia la “nueva normalidad” sin las debidas medidas sanitarias propiciaron un notable rebrote de la enfermedad, pero lo que resultó más ofensivo para las entidades federativas en comento fue que el secretario de Salud de facto, al suprimir el semáforo epidemiológico, argumentó que fue porque había un desfase informativo sobre los casos reportados y diagnósticos de laboratorio.

Aunque entre dimes y diretes de los órdenes de gobierno, la realidad es que los contagios siguen aumentando de manera dramática en el país, que ayer se informó que superó a Italia en decesos por covid-19, con 35 mil muertes, convirtiéndose en el cuarto lugar del orbe con más decesos.

El presidente López salió con que México duplica en población a los tan afectados Francia e Italia y, a pesar de los datos –no sus “otros datos”, sino los reales–, aseguró que la pandemia está cediendo de manera muy notoria en el país –tal vez refiriéndose a su otro país: el del optimismo a toda prueba.

¿Pero solo los líderes y gobiernos están tan mal? No: lo malo es que las sociedades están mucho peor. Al conocerse el semáforo estatal epidemiológico de Quintana Roo, signado por un descontrolado aumento de los contagios en la capital, Chetumal, la gente no reaccionó retomando las medidas sanitarias adecuadas que –como bien indicó López-Gatell y señaló en su momento el gobernador Carlos Joaquín González– se relajaron de manera sumamente irresponsable al buscar un regreso a la normalidad en las tan afectadas actividades productivas.

Muchos de los capitalinos siguen actuando como si nada pasara, y si opinan sobre el regreso al semáforo rojo lo hacen, ofendidos, desde un erróneo orgullo nativista, como si de luchar por los colores de una camiseta en un partido de futbol se tratase.

Con tantos equívocos, a ver cómo nos va. Esto va para largo.


HOMÚNCULOS

Por lo menos dos países “pequeños” –en Centroamérica El Salvador y en el Cono Sur Uruguay– han dado ejemplo de políticas y medidas adecuadas para el control de la pandemia, mientras Estados Unidos y los “hermanos mayores” Brasil y México han hecho lo contrario. En Europa también sucedió que los países más grandes en economía y población –con honrosas excepciones– resultaron más afectados que los menos “pesados”. No fue casualidad: tenemos noticias de las medidas inteligentes que aplicaron y además resulta que la mayoría son gobernados por mujeres. Si algo bueno pudiera dejarnos la pandemia pudiera ser la ruptura de rancios paradigmas.


GRILLOGRAMA

David y Goliat…


Vislumbro algo de lejos

Con sus errores y fallas

Que, sin esmero, los hallas:

Más grandotes, más pend…


columnacafenegro@gmail.com


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