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El origen de Miguel Ramón


(COLUMNA EN NOVEDADES Y EN CONTRACORRIENTE.NET). Bien es sabido que los gobiernos de los primeros trienios municipales de cada sexenio estatal los definía el mandatario saliente, de manera que en 1999 Miguel Ramón Martín Azueta era un alcalde de ascendencia villanuevista, así que no era precisamente lo que se llama un consentido del gobierno estatal, aunque no tuvo mayores problemas en desarrollar una gestión de buenos resultados y –aunque nadie es monedita de oro– generalizado beneplácito popular.

Sin embargo, a su salida del inmueble de la Plaza 28 de Julio, el sistema monolítico priista de entonces sin serle francamente hostil no lo tenía contemplado para planes ulteriores, y apenas lo dejó vivaquear un par de años en cargos irrelevantes, en espera de un cambio.

Para cuando el relevo se dio, el hijo del estimado profesor cozumeleño Jorge –don “Coqui”– Martín, que ya había establecido en Playa del Carmen el periódico de circulación estatal El Quintanarroense, habría calculado que, en un país en el que la inmensa mayoría de los medios tradicionales no pueden prescindir de la publicidad gubernamental, la llegada de su paisano cozumeleño y amigo de toda la vida Félix González Canto significaría por lo menos la libertad para sacar adelante su proyecto, pero anque le dio algo de publicidad el nuevo gobernador sabía muy bien de cálculos –y facturas– políticas.

Miguel Ramón no es un hombre que entienda de herencias nobiliarias –siendo casi un niño obtenía el menudo para sus chuchulucos vendiendo cocteles en aquellos partidos de beisbol tan tradicionales en su isla natal– y no apuntaló al delfín de Félix González, Roberto Borge Angulo, pues ya estaba convencido de que el quintanarroense con mayores merecimientos y posibilidades de hacer crecer al estado era Carlos Joaquín González, presidente municipal de Solidaridad de notable gestión de 2005 a 2008.

Félix González logró imponer a Borge como sucesor merced a un pacto con la jerarquía central del PRI, según el cual el siguiente postulado sería el hijo del “tatich” Nassim Joaquín Ibarra, quien a la postre, ante la nada sorprendente traición de “Beto” a la palabra convenida tuvo que dejar el partido para postularse por la oposición.

El ínterin –sexenio de Borge, que sabía que Miguel se la juagaría con el ahora gobernador– fue una pesadilla para su empresa y trabajadores –entre los cuales nos contamos, orgullosamente, en su momento–, que no tardó en sucumbir a la burda simulación de equidad publicitaria del hoy preso, aunque a pesar de no compartir el proyecto en el poder cumplió siempre con su parte del trato. Huelga decir que El Quintanarroense quebró.

En la elección del 1 de julio es muy probable que el destino enfrente a Miguel Ramón contra Félix en pos de la diputación federal por el primer distrito del estado, pero ahora sí el primero cuenta con toda la fuerza del sistema.

Los agravios y las traiciones estarán en el ánimo del competitivo político, quien ya no verá más a su paisano el senador como aquel compinche de aventuras continentales de un par de estudiantes insulares soñando con un luminoso futuro. Será a muerte.









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