Rayitos naranja tirándole a colorado
(COLUMNA EN NOVEDADES. CLIC EN IMAGEN). De su lado probablemente tiene la ley que prescribe los procedimientos --a revisar--, la limpieza de los mismos --a comprobar-- y acaso la transparencia --a escudriñar--, pues la publicación de los pormenores del proceso de adjudicación de la fabricación de un importante número de uniformes escolares para el próximo ciclo escolar en Quintana Roo fueron ciertamente sacados a la luz de manera casi inmediata. Esto desde luego reduce el margen para suponer mala voluntad o triquiñuelas. Mas parece no bastar.
El oficial mayor del estado Manuel Alamilla Ceballos, en estricta justicia, puede argumentar que un clamor popular durante la campaña para gobernador de su jefe Carlos Joaquín González fue sin duda el de acabar con la opacidad, la discrecionalidad y, eventualmente, los contratos favorables al o los funcionarios implicados, práctica que, todos sabemos, ha sido fuente de enormes fortunas personales a la vera del poder durante la vida soberana del estado.
Incluso la normatividad, dada la premura de la adquisición sometida a concurso, pues las clases escolares tienen un inicio tan perentorio como cercano, hubiera tal vez justificado una adjudicación directa, pero aún así se optó por la licitación nacional, que ganó una empresa foránea sobre una postulante chetumaleña, por lo menos según lo refleja el acta final del proceso.
¡Y ahí estuvo la falsedad! Ni así. Como aquí en Quintana Roo nos hemos vuelto alérgicos a los chiles en nogada, los camotes se nos atragantan --sin albur-- y las cemitas con queso de hebra, aguacate, chipotle con panela y pápalo quelite nos provocan erisipela, por la cierta o fementida sobrepoblación de angelopolitanos en la administración estatal que presuntamente vino a desplazar a ínclitos cuadros locales, la fatalidad o las fuerzas del chocolate abuelita quisieron que la ganadora fuera una firma de la alguna vez capital mundial del Volkswagen. ¡Es que esos pipopes…! ¡Grrr!
Fue mucho más de lo que un quintanarroense --y particularmente un chetumaleño-- está dispuesto a soportar, así que la opinión pública procedió ipso facto a retirar de la frente del orondo Manuel Alamilla las tres vistosas estrellitas doradas que lucía por haber hecho en tiempo y forma la tarea de disparar con puntería digna de Butch Cassidy casi 105 millones de pesos, sin importar cuántos leones, jirafas, rinocerontes, avestruces y changos de Africam Safari murieran por el tiro, que no fue tirititito sino auténtico cañonazo.
Bueno: es que tal vez se hubiera podido soportar que tanta pachocha hubiese caído en nada santas manos no chetumaleñas ni quintanarroenses, ¡pero en las de esos jijos de Nacho Zaragoza! Nooo. No hay alma caribeña que aguante tal afrenta, cuantimás viendo que la ranita brincaba de gusto y sus empleados ya soñaban con un reparto de utilidades que quizá nunca han recibido --ni hubieran recibido, vale creer--.
Para las viperinas lenguas a las que al decir del poeta Peña Nieto ningún chile les embona, fue así como, ya medio desteñido por tantos años bajo una densa nube de smog --dicen que en su oficina de la Calle 22 de Enero número 1, tercera planta, tiene una botella de inversión térmica y otra de contingencia fase dos para poder respirar en caso de necesidad--, Manuel Alamilla habría “planchado” la licitación para que la adjudicación de los indumentos gratinados para los párvulos caribeños cayeran --geográficamente diríamos-- al oriente del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.
El sospechosismo, ya de por sí a flor de piel, se puso tan necrótico como dedo chiquito mordido por una nauyaca de cañaveral de la ribera del río Hondo cuando se conoció, asentada en acta, la razón por la que el “gordo” no cayó en la alicaída ciudad de Chetumal: el batracio manufacturero de uniformes local presentó una maqueta en la que los dorados rayos del sol del escudo de Quintana Roo no era ni siquiera más o menos amarillo --como cabría esperar en un bordado industrial, no salido precisamente de la paleta de José María Velazco--, sino de un tono anaranjado que, para mayor osadía, le “tiraba” a rojo. Las refulgencias que representan a los 11 municipios del estado parecían más bien crepusculares, hasta cachondas lucecillas, ad hoc para darle entrada a una tórrida noche caribeña, pero no correspondían al manual de identidad que se guarda con más celo que el Códice Mendocino.
¡Láaastima René --la rana, por no decir Margarito--! ¡Gracias por participar! Y sin necesidad de pasar a la catafixia el premio mayor de Muebles Troncoso y Alamilla se lo llevó la empresa angelopolitana Comercializadora Adicon.
¡Qué chula es Puebla!, como que quería entonar la banda del local de la céntrica avenida chetumaleña 5 de Mayo --¡ah: esas sí son ganas de joder del inche destino: el día de la Batalla de Puebla!-- entre Carmen Ochoa de Merino y Othón P. Blanco --con más saña aun por echarle chile piquín y limón a la supurante herida payobispense-- pero los mariachis callaron.
Y entonces Manuel Alamilla los envolvió en la luz de una mirada, sacudió su melena alborotada, y dijo así, con inspirado acento: “¡Me cai’ que fue legal, coño!
Cierto: no sabemos si fueron los hados del destino o una transototooota más grande que la Catedral de Puebla, pero para mala pata --o buen tino-- del oficial mayor la adjudicación fue para una empresa a la que le va el villano gentilicio favorito --que es la onda--: ¡poblana! Nada lo salvaría de la iracundia y las invectivas de sus paisanos. Otra oportunidad de negocios, empleo y activación económica perdida --¡ándale pues!--. Ni quien lo viera de otra manera. Manuel Alamilla, mecido en la cuna del mestizaje, traicionó --trinan los capitalinos de crispados puños, más colorados de ira que el caracol del escudo en la camiseta-- a Nachancán, Zazil Ha, Gonzalo Guerrero y a todos sus hijitos campechaneados de india y español, incluyendo a los dos o tres que se dice que echó de cabezota al cenote de Chichén Itzá para calmar la ira de los dioses que azotaban al señorío de Chactemal con horrendas enfermedades y hambrunas, aunque hay quienes sospechan que más bien eran impuestos, derechos y recargos, pues la tenencia vehicular, aunque ya se contemplaba en el presupuesto de ingresos, habría de esperar más de tres siglos a que existieran los vehículos motorizados.
¿Te cae? Qué hubiera pasado si el jefe de la administración pública estatal hubiese optado por la adjudicación directa: sin duda habría sido tan criticado y vituperado como lo fue por la licitación de marras. Le habrían sacado dos o tres hermanas empresarias más y espetado raudo cual saeta un inclemente "¡cuál cambio!".
Incisiva y meticulosa como siempre, Fabiola Cortés Miranda, periodista, abogada y activista de Somos Tus Ojos, mejor que sus coterráneos, por demás encabritados, debería preocuparle a Manuel Alamilla, pues ha sido clave en llevar a investigación a varios presuntos corruptos de otros gobiernos, un par ya vinculados a proceso --con el capo de tutti capi preso en Panamá en espera de extradición, y diríamos que al oficial mayor ya le puso “nuestro” ojo. Publica --ad litteram--:
“De acuerdo a la licitación número OM-LPN32-2017, a la convocatoria para fabricar 114 mil 422 paquetes de uniformes para hombre y 108 mil 165 paquetes de uniformes para mujer solo se presentaron dos postores: Comercializadora Adicon S.A. de C.V, y la persona Ana Josefa Peralta Alonzo, una empresaria chetumaleña, quien ‘perdió’ la licitación porque los rayos de sol del escudo del gobierno de Quintana Roo deben ser de color amarillo y no en ‘naranja tirando a rojo’, se concluye en el dictamen de la Oficialía Mayor.
“El 28 de julio del 2017, se dio el fallo de la licitación de la que resultó ganadora Comercializadora Adicon S. A. de C. V., sociedad mercantil de la que no existe antecedente como proveedora del ramo ni de ningún tipo, y que de acuerdo a publicaciones periodísticas sería una empresa poblana; la cual fabricará los uniformes por 104 millones 615 mil 890.
“La empresaria chetumaleña, con domicilio en avenida Héroes, en la capital del estado, y especializada en la fabricación de playeras y gorras, Ana Josefa Peralta Alonzo, perdió la millonaria licitación por no cumplir con lo publicado en las bases de la licitación puesto que: ‘la impresión del Escudo de Armas del Gobierno del Estado, los colores están en un tono diferente al del manual de identidad, es decir, los rayos del sol deben ser de color amarillo y en la muestra aparece en naranja tirando a rojo, así como también el caracol que debe ser amarillo aparece en tono naranja’”.
Este impertérrito cronista de sucesos rosas tirándole a rojo hormiga puede creer que, verosímilmente, la licitación de marras se hizo apegada a la ley, a pie juntillas, y que tal vez sea un mito eso de que la plaza se haya rendido al hombre blanco barbado y pipope para que pronto seremos vasallos del tlatoani Moreno Valle, entre otras cosas porque el pobre político devenido escritor, con sus trapos tan, pero tan sucios, ya no quiere queso sino salir de la ratonera.
Y ya que el destino, con cruel dureza, hará que la gente de su terruño le eche bronca a Manuel, haga lo que haga, lo único que puede intentar es apegarse a la ley, y de ahí no moverse ni un palmo, pues las malas caras no matan… pero a las rejas como que sí por lo menos les da por atarantar.
Que lo que hable, pues, sea la ley y nada más que la ley. Amén.