Nada seguro en el Edomex
(COLUMNA EN NOVEDADES. CLIC EN IMAGEN). Algo muy importante para todo México va a suceder mañana, pero a diferencia de otras elecciones, para estas ya no sabemos bien a bien qué esperar. No sólo nos referimos a lo cerrados que se espera sean los comicios, sino a la manera en que pudieran impactar en el futuro del país, sobre todo en lo concerniente a las elecciones del siguiente año, entre las que se cuentan la general mexicana y otras en varios estados, incluyendo la de presidentes municipales de Quintana Roo.
Dejando aparte elecciones como la de Coahuila y Nayarit, y hasta la de alcaldes en el convulso Veracruz, en las que las mediciones profesionales indican definiciones previas más o menos claras, la opinión de gente merecedora de las más altas calificaciones en cuanto a su percepción de la política y en general de la realidad mexicana y estatal difiere sobre los resultados en la ciertamente más cerrada votación en el Estado de México. A ojo de buen cubero y con base en una consulta improvisada hecha por ocurrencia en una comida de este jueves con amigos en Cancún, se percibía que Delfina Gómez Álvarez de Morena lleva una ligera ventaja sobre Alfredo del Mazo Maza del PRI y aliados, lo que seguramente se dirimirá a través de la voluntad de los inconmensurablemente indecisos y votantes de clóset, a quienes luego les da por tirar al piso las predicciones de las más calificadas firmas de opinión.
Es cierta la incertidumbre: el voto duro, acarreado y hasta comprado del PRI no se va a poder medir hasta el final de la jornada de mañana, cuando podremos sacar cuentas de cuántos indecisos decidieron acudir a las urnas y por quién votaron al fin y al cabo. Cierto: lo que decimos parece verdad de Perogrullo, pero el hecho es que entre los interesados, por lo menos en tratando de políticos de prosapia y analistas periodísticos de reconocido liderazgo, no percibimos precisamente paciente expectativa sino exacerbado concernimiento: los comicios en la “joya de la corona” electoral mexicana pudieran ser determinantes para las elecciones generales de 2018, cuando en Quintana Roo al propio tiempo serán renovadas las autoridades locales de los 11 municipios, esa compulsa entre las previsiones y la voluntad ciudadana que en verdad tiene más que ver de manera directa, inmediata, en la vida de las colectividades y las familias. Aunque no lo admitamos, nos estamos tronando los dedos.
Tómese por favor la del que esto escribe como una opinión más, que si en los entreinnigs del beisbol de las Grande Ligas y la Liga Mexicana --estamos en descanso de panbol-- merece alguna peregrina mención habrá cumplido su cometido.
Sin pasiones particulares y hasta con ciertas reticencias antipopulistas, creemos que el país está deseoso de un cambio radical y que el Estado de México, donde se encuentra el pueblo que ha dado nombre a uno de los clanes políticos más influyentes del siglo pasado y lo que va de este, Atlacomulco, pudiera ser el pueblo de Dolores, Guanajuato, del viraje que nos parece casi inminente. Lo contrario probablemente enrarecería el panorama electoral de aquí al 2 de julio de 2018.
Los muy inteligentes opinantes con los que el jueves tuvimos el privilegio de compartir viandas --llamémosle así a un excelso banquete de tacos de guisados mexicanos en la casa de un notable periodista de Cancún-- estaban, calculando, al 60-40 a favor de Morena en los momios de la contienda Delfina-Del Mazo, con el supuesto generalizado de que la panista Josefina Vázquez Mota y el perredista Juan Zepeda Hernández ya no tienen posibilidades en la contienda pero con la paradójica certeza de que sus huérfanos, esas huestes que ya no esperan que dichos abanderaros se conviertan en gobernadores, serán definitorios para los resultados según su comportamiento electoral.
Abstencionismo, voto útil, revancha política, voto duro y arrastre electoral de Andrés Manuel López Obrador, dueño y franquiciador de Morena, son expresiones del pasado que han vuelto al corazón de los los discursos con singular alegría.
Con mucha incertidumbre, sí, pero creemos que la irritación ciudadana por el desempeño de Enrique Peña Nieto, que antes de ser presidente ocupó la silla mayor de Toluca, acabará siendo una potencia más efectiva que el que probablemente sea el más grande y organizado aparato de activismo electoral del mundo. Ni siquiera hay que hablar del papel crucial que juegan los indecisos en una elección cerrada como la mexiquense, pero lo que sí resulta un enigma es la decisión de los panistas --muchos de hueso colorado, sobre todo en el llamado “corredor azul de Naucalpan y Tlanepantla--, que entre los contertulios de la comida de Cancún no pudimos dirimir si estarían más influenciados por el terror derechista al “Peje” o el odio ancestral al PRI. Tal vez ni siquiera salgan de su casa mañana, pero si lo hicieren no estamos seguros si eso obraría a favor de Delfina Gómez o de Alfredo del Mazo. Pocas veces había sido tan incierta una incógnita electoral como lo es ahora.
Para México y en particular para Quintana Roo, estado que en votaciones anteriores fue de los pocos decididamente lopezobradorcista pero que encumbró el año pasado a un candidato a gobernador postulado por el PAN y el PRD, lo que decidan los vecinos de Zacazonapan pudiera ser definitorio hasta en las propias decisiones de los partidos --sobre todo del PCJ (Partido de Carlos Joaquín)-- para postular abanderados.
La sempiterna efervescencia de Benito Juárez, capital económica de Quintana Roo, amén del crucigrama político que ahí siempre se plantea, hace más interesante que ninguna otra la elección de autoridades locales. Hoy menos que nunca hay algo claro ya no digamos sobre las posibilidades de personajes específicos, pues ni siquiera los partidos tienen alguna remota idea de a quién postular, y todos están en espera de una determinación de Insurgentes con Heriberto Frías, Chetumal, que en una de esas acaso no se dé.
No faltan agendas personales y hasta de grupo de los clanes perredistas, de los panistas frustrados contrapuestos a los blanquiazules encumbrados por el cambio --particularmente en el inmueble de Punta Edtrella, y hasta de los huérfanos priistas, que no andan como burros sin mecate sino como perritos sin dueño poniendo lánguidas veladoras a dos o tres figuras más o menos señeras, con la peregrina ilusión de que de lo perdido lo que aparezca ya sería bueno--.
Todos los ojos, pues, estarán puestos mañana en el estado más poblado, electoralmente más numeroso y políticamente más relevante del país, sólo comparable en peso a la capital del mexicana. Ni por casualidad los mil 500 kilómetros que nos separan de Toluca harán de la gesta política dominguera menos relevante para los quintanarroenses. Por lo menos debemos tener presente el dato de que Enrique Peña Nieto es el presidente de todos los mexicanos, es mexiquense, exgobernador del Estado de México, nativo de Atlacomulco, genéticamente perteneciente al poderoso grupo que lleva el nombre del gélido poblado situado a menos de una hora de Toluca y pariente biológico del aspirante de su partido, Alfredo del Mazo. No exageraríamos si calificásemos a la elección allá en el altiplano de un suceso nacional, pero para un estado como Quintana Roo, que cambiará alcalde el año que entra, es un acontecimiento que sin duda concierne al pueblo y a las vidas --y haciendas-- de los poderosos.
¡Cierren las puertas señores!