Mario suma... y divide
(COLUMNA EN NOVEDADES. CLIC EN IMAGEN). Muchos priistas y expriistas quintanarroenses recibieron con esperanza la misiva de Mario Villanueva Madrid en la que propone rescatar al PRI para las elecciones venideras, pero otros tantos le recordaron que se trata del mismo partido que lo persiguió y encarceló, que él ayudó a desmantelar impulsando a proyectos como Convergencia y el Partido Encuentro Social --que lidera su propio hijo Carlos Mario Villanueva Tenorio-- y del que emanaron tanto Félix González Canto como Roberto Borge Angulo, “los malosos” favoritos de hoy.
Dijimos aquí el sábado que tanto Mario Villanueva como Roberto Borge tuvieron un estilo de gobernar autoritario y con tintes violentos, lo que hizo que connotados villanuevistas nos hicieran --siempre respetuosamente, pues la mayoría son amigos de este reportero-- la observación de que los gobiernos que encabezaron fueron muy distintos y la percepción que de éstos tiene la ciudadanía es radicalmente diferente; tienen razón, y así lo decíamos en el mismo texto: mientras que el primero a pesar de su cimarrón carácter conserva el cariño, la casi devoción de buena parte de los quintanarroenses --por algo será--, el todavía joven cozumeleño concita de forma casi unánime la repulsa de sus exgobernados --por algo será--.
El poderoso integrante del legendario Sindicato de Gobernadores del Sureste antagónico del presidente Ernesto Zedillo Ponce de León --que integraban también nada más y nada menos que Roberto Madrazo Pintado de Tabasco, Víctor Cervera Pacheco de Yucatán y José Antonio González Curi de Campeche-- gobernaba con mano dura, pero estaba empeñado en dignificar al estado ante un presidencialismo avasallador y tenía la sensibilidad para atender a la gente sencilla, facilitar soluciones a las necesidades de la población y abrir las puertas al desarrollo del pueblo, lo que contrasta con la legendaria soberbia de Borge, como pocos insensible y lejano a la gente.
No nos desdecimos de lo publicado: Mario dejó a su paso severos agravios, pero sin duda también considerable afecto que todavía lo acompaña. Por eso no suena tan peregrina la idea de que el hálito del ingeniero pudiera insuflar al Tricolor por lo menos parte del espíritu perdido. No imaginamos un liderazgo, uno siquiera capaz de levantar ese cadáver que Villanueva niega que sea tal desde el mismísimo título de su misiva del 16 de mayo --“El PRI no está muerto”-- como no sea el de él mismo.
Sin embargo, por más que sea Mario Villanueva, la tarea de proporcionarle resucitación cardiopulmonar al PRI en tiempos en que otro favorito de Quintana Roo, Andrés Manuel López Obrador, galopa en Caballo de Hacienda hacia Los Pinos y promete llevarse entre las patas de su montura a las elecciones de este año --hasta en la cuna política del poder actual, el Estado de México, amenaza con triunfar en la persona de Delfina Gómez Álvarez-- luce quijotesca, máxime cuando a los quintanarroenses “priismo” les suena peor que una blasfemia en Viernes Santo.
Al que le cayó como agua cristalina de manantial de Tehuacán en estos calores endemoniados de mayo la carta de Mario Villanueva es al presidente estatal del PRI Raymundo King de la Rosa, que desde la derrota electoral del 5 de junio pasado ha sido atacado por tirios y troyanos, por los desplazados, desencantados y hasta renegados del borgismo, por la vieja guardia, por los joaquinistas y aun por los acreedores financieros de su partido, multado, en quiebra y en estado más lamentable que el de un palo de perico nonagenario.
Intactas su inteligencia y sagacidad discursiva a pesar de los años de injusto, excesivo maltrato en cárceles mexicanas y de Estados Unidos, tanto partidarios como detractores debieran ocuparse en descifrar los mensajes de un brillante estratega político que ya no está tan lejos, a pesar de la prisión que se le inflige aun contando con los requisitos para poder compurgar su pena, merecida o no, en condiciones más humanitarias.
¿Qué quiso decir Mario Villanueva? Quién sabe, pero recién leímos las palabras de un hombre vivito y coleando, que no ha dado por terminada su tarea política en la vida.