Duarte no ayudará al PRI
(COLUMNA EN NOVEDADES. CLIC EN IMAGEN). Hasta entre los priistas parece extenderse un consenso, por difícil que sea de confesar para ellos: nada salvará al Tricolor de perder Los Pinos dentro de poco más de un año. Pero el efecto más increíble y doloroso de la caída de Javier Duarte Ochoa, al contrario del cálculo presidencial, sería la ruptura del precario balance que mantenía competitivo al oficialista Alfredo del Mazo Maza frente a la lopezobradorcista Delfina Gómez Álvarez, cada vez más a favor de la educadora texcocana, en la gubernamental mexiquense.
La captura en comento, a pesar de las suposiciones, no ha ayudado nada al poder económico del Grupo Atlacomulco del que emergió Enrique Peña Nieto ni a la descarada inversión del gobierno federal en la elección mexiquense, pues en vez de actuar a favor del continuismo priista en Toluca está renovando el rechazo por las atrocidades de los “Golden Boys” del todavía presidente de México, entre los cuales destaca el veracruzano pero recuerda a su tocayo César Duarte Jáquez, el chihuabuense, a Rodrigo Medina de la Cruz, de Nuevo León y --at last but not least-- a nuestro sátrapa caribeño Roberto Borge Angulo.
Si ese era el cálculo, no funcionó: la caída del --aún presunto-- criminal veracruzano en Guatemala no parece para nada estar reivindicando a uno de los mandatarios nacionales que más bajo ha caído en la aceptación de los mexicanos, y la primera muestra del inesperado efecto adverso de la aprehensión e inminente extradición del prófugo gobernador en la opinión colectiva en tierras antes imbatiblemente priistas sería la derrota de Del Mazo, que por lo menos en las redes sociales se ha vuelto demanda popular con creciente intensidad desde el “golpe” de la noche del sábado pasado.
Evidentemente las fotos del hoy aspirante a gobernador del Estado de México y el impresentable exgobernador de Veracruz no acusan ni prueban mayor cosa, pero el entusiasta “palomeo” de los hoy acusados virreyes estatales como la “nueva generación” de priistas por Enrique Peña al comienzo de su sexenio para las elecciones estatales de este año y hasta las federales del siguiente será una lacra inamovible que la sonada captura en Centroamérica en vez de atenuar seguramente acentuará.
Ya se sentía un efecto similar de exacerbación antipriista con la captura de Tomás Yarrington Ruvalcaba en Italia, a pesar de no ser pecado de la era peñanietista aunque sí del priismo más rapaz, amigo de la delincuencia organizada y pionero de los más nefastos virreinatos estatales.
Las “amistades” de Peña Nieto en la cúpula priista que volvió tras dos fallidos sexenios panistas no sólo lo definen, sino que lo condenan como líder de uno de los más corruptos periodos de la historia de México, que vaya que ha tenido muchos y muy severos.
Tendrían que ser muy ilusos amén de cínicos César Duarte --ya prófugo de la justicia--, Roberto Borge --en picota-- y Rodrigo Medina --por mencionar sólo a los más “ínclitos”-- para creer que con la aprehensión del eximio panadero del puerto jarocho quedará saciada la sed de justicia de los mexicanos, y más aún Peña si piensa que para su sucesión presidencial con la caída de su cuate la gente le habrá perdonado la seguidilla de corrupción y mal gobierno que empezó con el escándalo de la Casa Blanca y no ha hecho más que empeorar con sus fracasos gubernamentales, la generalizada inseguridad, la imparable violencia y la descomposición social que marcan a un gobierno que de ninguna manera parece con capacidad ni tiempo de reponerse para las elecciones que se avecinan y, como decíamos, de las pocas que presentaban ciertas perspectivas positivas ya ni las mexiquenses parecen salvables.
Ya era sospechosa la tardía reacción oficial de la cúpula tricolor, pues ni el presidente nacional del Revolucionario Institucional Enrique Ochoa Reza, inverosímil perseguidor de correligionarios corruptos a los que ha expulsado alegremente para limpiar la imagen del presidente, quería decir esta boca es mía.